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¿DEDICAR LA VIDA A DIOS?

Se cuenta que dos miembros de una iglesia vivían enemistados por mucho tiempo, y cuando uno de ellos cayó enfermo con peligro de la vida, el pastor de ambos aprovechó la oportunidad para hacerlos reconciliar.
Al enfermo no le fue muy fácil hacer las paces con su «enemigo-hermano», pero al fin, temeroso de morir, y como requisito indispensable para ser aceptado por Dios, le tendió la mano. Más tarde, al quedar a solas con el pastor, el enfermo le dijo: «Yo he hecho las paces con él para morir tranquilo, pero si llego a curarme, dígale que conmigo no cuente para nada».
Al igual que este hombre, hay muchos cristianos mediocres que cuando se ven amenazados por la muerte quieren arreglar sus cuentas con Dios, y procuran contraer responsabilidades en la iglesia, y hasta hacer votos como discípulos de Cristo; todo lo que fuese necesario harían gustosos como preparación para enfrentarse con el más allá, pero se detienen indecisos preguntándose a sí mismos: «¿Y si no llego a morir ahora?» como sintiendo pesar ante la posibilidad de tener que cumplir con tales obligaciones por mucho tiempo. Eso no es estar dispuestos a dedicar a Dios la vida, sino la muerte.
Dedicar la vida a Dios es servirle sin reparos mientras se vive. Toda la juventud, la salud, el vigor y el entusiasmo de vivir, dedicados al Señor con alegría, es una ofrenda grata como la de Abel.
Quien no haya tenido antes la oportunidad, sino que conoció al Señor en la vejez, no lo tenga en poco, dé al Señor los días que le quedan; pero, ¡ay!, lamentable es la situación de aquél que conscientemente malgasta el tesoro de su vida, aprovechándolo para sí, con el propósito de traerla al Señor como una ofrenda cuando ya no le sirva más, por el peso y los achaques de los años.
La ofrenda de la viuda pobre fue más agradable al Señor que la de los ricos, pero por eso no quieran los ricos despilfarrar sus bienes para traer las dos últimas blancas al gazofilacio.

«Y mirando, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el gazofilacio. Y vio también una viuda pobrecilla, que echaba allí dos blancas [moneditas de poco valor]. Y dijo: De verdad os digo, que esta pobre viuda echó más que todos; porque todos éstos, de lo que les sobra echaron para las ofrendas de Dios; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.» Luc.21:1-4.

Ningún viviente sabe cuando ha de morir, ni cuando aparecerá el Señor en las nubes de gloria, pero no por temor a ambas cosas, sino como quien se entrega al que mucho ama, dediquemos nuestras vidas a Dios.

Smay. B. Luis, Bejucal, 1970